domingo, 1 de noviembre de 2009

2da PARTE

Paso número  UNO: Debía abandonar aquellos exquisitos y maravillosos turgentes vigilantes de jamón y queso. Quedarían prohibidos los paquetitos de palitos salados de diez centavos, y todo otro tentempié que habituaba a comer durante el tiempo que la maestra no me veía. La Marta comenzaba a sentir cosquillas que no había sentido antes y comenzaría a tratar de rascarlas aunque no supiera por dónde comenzar.
Esas cosquillas se llamaban Matías Bouchard. Todavía puedo sentir el aroma del aula impregnada de olor al Axe, en el cual se bañaba antes de entrar al colegio. Matías no era como los demás chicos, siempre iba en contra de todas las modas o corrientes. Rebelde, nunca llevaba las tareas hechas, y siempre tenía un comentario chistoso para cada situación. Yo me sentaba en la mesa detrás de el, y no había momento más glorioso que cuando levemente giraba en su silla, me miraba con sus brillantes ojos negros, y apoyando sus bellas, sucias y lastimadas manos en mi escritorio, me pedía la tarea hecha. Yo, como toda chica babosamente enamorada, obviamente se la daba. Y así comenzaron las veinte semanas más felices de mi adolescencia. Por primera vez en muchísimos años, me había olvidado completamente de aquel personaje risueño, para convertirme pura y exclusivamente, en una loca y desesperadamente miss futura señora de Bouchard. Veinte semanas… aún recuerdo aquel último día de amor. Entro al salón, y veo a Matías sentado en su lugar, pero a su lado, no se encontraba más Pablo, su mejor amigo. Pablo no era solo un amigo. Era su compañero de mesa desde segundo grado. Eran inseparables. Para cualquier broma, chiste, o salvajada, siempre estaba el otro al lado para festejarle, cubrirlo o acompañarlo. Ahora Pablo, se encontraba en otra mesa. Y en su lugar, estaba Agustina Blanco. Haciéndole sonrisitas y dibujando corazoncitos en las hojas de la carpeta de Mi Matías. Aunque roja de la furia, logré contenerme y no abrí la boca ni para tomar aire. Como todos los lunes, sabía que llegaría el momento en el que Matías me pediría los  deberes hechos, y yo, esta vez, como toda una mujer decidida y dotada de personalidad, no solo no se los daría, sino que también le daría una cachetada, enfrente de todos, para que aprenda de ahí en más, que esas cosas no se le hacen ni a una Marta, ni a ninguna otra mujer.
Está por llegar la maestra, y noto que levemente rota en su silla. Me mira, apoya sus manos en mi escritorio, y me pide la tarea, como era de esperar. Pero no pude pronunciar ninguna de todas las palabras que tenía pensado decir. Tanto ensayo, tanto planear y pensar, para terminar profunda y fuertemente perdida en la luminosidad de sus bellos ojos negros.
Porfa, ¿no me pasas la tarea del viernes Martita?_
Si, acá está._ dije. Sin ninguna complicación. Estúpida e idiotizadamente ridícula.
A los 15 segundos, veo como mis hojas no solo pasan por las manos de Matías, sino también de su nueva “amiguita” Agustina. Fue tan fuerte la rabia y la impotencia, que sentía que mis ojos estaban bañados en sangre. Podía sentir el calor de la bronca en mis mejillas. No podía dejar de mirar el largo pelo que “Agus”, agitaba de lado a lado, perfumado y brillante. Esperé a que esté concentrada copiando mi tarea en su carpeta, saqué mi tijera del segundo piso de la cartuchera y le corte la cola de pelo desde lo más arriba que mi habilidad pudo lograr. Tras gritos, lágrimas, arañazos, y cachetazos que volaban al viento, la maestra me tomó bien fuerte del brazo y me llevó a la dirección. Esa fue la última vez que vería a Matías Bouchard en el mismo aula que yo. Tras llamar a mi mamá para contarle lo sucedido, le informaron que “esa clase de comportamiento no era aceptada por la institución y se veían obligados a restringirme la educación en sus instalaciones”. Me echaron al carajo para ser más específica. Pero nunca olvidaré aquel dulce sabor, aquella plena sensación al ver a Agustina Blanco, con la cabeza como gallina atacada por los perros, y la cara llena de lágrimas al perder, aquel, su único encanto. Hace poco me enteré que tiene cinco hijos, que está gordísima y es la manzanera del barrio donde vive soltera. También escuche que es una nutricionista muy exitosa y esta haciendo un master en Washington. Pero me gusta más la primera versión.
Pasaron muchos años durante los cuales mi corazón roto no pudo dejar de sufrir por aquel amor frustrado. El engaño, hace de la mujer un ser más fuerte, más independiente. Aquella mañana, no solo le corte el pelo a Agustina. También había cortado a aquella “Martita”, que hacía favores sólo por una  mirada. Había cortado con un camino que solo me apartaba más y más de quien yo realmente sentía ser.
Eran mis últimos años de secundario, y casi sin planearlo, La Marta ya tenía su primer “ex”, al cual criticar y maldecir en diversas charlas con amigas.  Bueno, amigas… no tenía muchas, pero con las que tenía era más que suficiente. Carla, era una viciosa del macramé. Se la pasaba tejiendo toda clase de cosas inútiles en punto macramé que su abuela le había enseñado en las vacaciones de invierno. Cada cosita que me regalaba yo la metía en una bolsa negra de la basura que tenía en el ropero. Cuando llegué a juntar muchos, los tiré a la basura entre un montón de otras cosas sin que nadie se diera cuenta. Maldita mi suerte, que justo esa noche, unos vándalos intentan entrar a mi casa, rompiendo el portón del garaje. Con el ruido y el alboroto, muchos vecinos deciden soltar a los perros para asustar a los delincuentes, los cuales huyen. Tras varios minutos de conmoción, la visita de la policía, y todo el paquete,  se vuelve a hacer el silencio y me quedo dormida a los pies de mi cama. A los tres días, Carla me invita a su casa para cenar y me dice que me tiene una noticia increíble. Parece que es muy secreta, ya que me lleva a su cuarto, y cerrando la puerta sigilosamente, me mira con cara de tía pellizcacachetes, y me dice:
_No te dije nada, pero…la mañana siguiente al robo de tu casa, te fui a visitar  y encontré a unos metros la mayoría de los tejidos que te había regalado. Se ve que fue de lo poco que se llevaron pero lo han tirado en el camino mientras corrían. Me imagine que no me querrías decir nada para que no me sintiera mal, por eso los lavé y te llamé para entregártelos.-
No lo podía creer. Seguro que algún perro de mierda había revuelto la basura desparramando todos los macramé, que como maldición diabólica, volvían a mis manos, esta vez multiplicados, y no había forma de rechazarlos.
Nunca supe si realmente fue eso lo que Carla creyó del robo, o si se dio cuenta que los tiré y me los devolvió a propósito sólo para cagarme y vengarse por lo que yo había hecho con sus regalos. Tampoco me animé a volver a conversarlo. La Marta necesita de amigas como Carla, que tejan macramé y siempre dispuestas a decirnos que lindas estamos aunque no sea cierto....
                                   CONTINÚA  EL 8 DE NOVIEMBRE...
 

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