martes, 27 de octubre de 2009

Las Confesiones de una Marta! 1ra Parte

Desde bien chiquitita ya tuve, en cierta manera, una clara definición de lo que iba a ser el trayecto de mi vida. El solo hecho de que mis padres me hayan nombrado “Marta” ya me dotaba de una serie de connotaciones y facciones que una Marta tiene que tener.  No era fácil llevar un nombre tan etiquetado, tan de adulto a los 8 años. A esa edad para mi, una Marta, era la peluquera del barrio, la vieja chusma de enfrente, la directora de la escuela o alguna tía segunda.  Por lo que me vi forzada desde un principio a obtener una percepción de la realidad muy diferente a lo que otras niñas tenían. Claro, para una Jennifer, todo era color de rosa. Jennifer es nombre de princesita, de niña mimada, o de prostituta travesti, pero a esa edad, aún no sabía en que consistía ninguna de las dos cosas. A Jennifer también la podías apodar Jenny, y seguiría sonando como una princesa. Pero para mí, el intentar acortar mi nombre, solo podía tener un beneficio: que me lo cambies por completo; porque ningún diminutivo podía mejorar las cosas.
Así pasaron los años más duros de mi niñez. Viendo como mis compañeritas, Agustina, Jennifer, Micaela y Jessica, soñaban con encontrar a un príncipe como el de los cuentos, paseando como muñecas en autos escarabajo color rosa y jugando a tomar el te. Pero yo, era una Marta. Por lo tanto, tenía casi asumido, que  había nacido para algo mucho mas complejo.
El ser lo que debía ser, exigiría de mucha concentración, dedicación y responsabilidad. Si iba a ser una tía segunda, debía aprender muy bien a cocinar, hacer manualidades, pintar flores en delantales de cocina, y hacer figuras en porcelana fria.  Una Marta, por sobre todas las cosas esta infinitamente dotada de personalidad. Por lo general, una vida atareada, con muchas historias de vida para contar, y además me convencí a mi misma, de que una Marta, debía haber tenido por lo menos 3 maridos diferentes.
Ya mis juegos no pasaban más por el papá y la mamá; por dale de comer al nenuco, o preparar tortas de tierra y pasto. Ahora me pintaba los cachetes con un lápiz  de labios rosa fuerte que le había robado a mi mamá, me envolvía en un chal marrón y naranja de la abuela  y pasaba largas tardes frente al espejo chismoseando con mi propio reflejo, con una carterita de plástico colgada de  mi antebrazo y una bolsa de hacer los mandados en el otro.  Poco a poco, mi Marta se iba perfeccionando, y me sentía cada vez, un paso más cerca de llegar a ser aquella mujer, la cual constituía mi único destino aparente.
Así pasaron los años, y no pasaron en vano. Poco a poco, mis juegos pasaron a ser una gracia para mi familia, que disfrutaba de verme actuar como una señora adulta. Pero cada día me sentía aún más apartada de cualquier otra niña de mi edad en la escuela y en el barrio.
Digamos que nunca fui una chica linda en la escuela. Habré tenido mis cosas, pero no fue en lo absoluto mi rol social. Los varones se dedicaron solo a ignorarme por completo. El ser La Marta (porque el prefijo “La” viene casi como añadido),  y que los alimentos que consumía se concentraban mayoritariamente en la zona abdominal, no me hacían de algo muy sobresaliente. Siendo sincera, lo único sobresaliente que tenía a los once años era la panza, y mis grandes dotes para representar a una mujer adulta divorciada. Pero sólo duro un corto período. Al llegar a los doce años, algo más que mi panza comenzó a sobresalir y no eran mis dotes actorales. Sin haberlo esperado jamás, fui la primera chica de mi curso en crecerle las tetas. Parece ser que las “chichis” se consumieron los alimentos que alojaba en mi panza, porque a partir de ese momento, cuanto más se me  achicaba la buzarda, más me crecían los pechos. De golpe, ellas se llevaban toda la atención de las clases. Los recreos eran ahora, los diez minutos más atesorables de la jornada, y ra el momento justo para hacer uso de mis dos nuevas amigas. Sólo hacía falta ponerme bien cerquita del chico que estaba por delante mío en la fila del quiosco, rozarlo con mis nuevas bellas y turgentes tetas para que abra paso y me ceda el lugar para así obtener mi rico, esponjoso y sabroso vigilante con jamón y queso. Ahora con 6 minutos extra para saborearlo con toda pasión. Esta aparente ventaja, trajo también sus contradicciones. Parece que el vigilante de jamón y queso trajo algo más que satisfacción a mi vida, y me dejó ni mas ni menos que con 14 kilos de sobrepeso, con los cuales hasta hoy día sigo lidiando por bajar.
Perfecto. Ahora no solo era “La Marta”, o  “La Tetona” para los que no me conocían tanto, sino ahora también “La Gorda”. Parece ser que de chicos, la tendencia a etiquetar a los demás por sus cualidades físicas, o personales, es casi inevitable. La gorda, el flaco, el choclo (para el que sufría de acné), la machona, el rengo, entre otros...  Para muchos, esos apodos, llegaban a ser problemas sumamente graves para la salud y su bienestar mental. Para mí, todos esos adjetivos,  no eran más que halagos. Yo era “La Marta”, y estaba muy orgullosa de ello. Había logrado fama en la escuela. No había quien no me conociera, fuere por La Marta, La gorda, o la Tetona, todas las imágenes se dirigían hacia mi, y pensaba hacer uso de aquel regalo de Dios...
                          CONTINUA LA PROXIMA SEMANA...
 

martes, 13 de octubre de 2009

Esta semana me hago un espacio para recomendarles una obra que realmente vale la pena leer. Criticón y desconforme como soy, me ha hecho reir a carcajadas en el colectivo o donde me encontrase leyendolo. Auténtico y extremadamente sincero. Hernan Casciari, es el narrador virtual más leído en lengua española. Sus textos, escritos en directo frente a miles de lectores, han impulsado la Blognovela. Su primera obra online,"Más respeto que soy tu madre", fue leída por más de cien mil internautas en todo el mundo.



El gordito Casciari arruinaba las fotos. Le pasó desde la infancia y sufrió hasta hoy, que se atreve a contarlo en esta novela. Con el tiempo le decían el Gordo Casciari, a secas.
   Se había convertido en un adolescente que arruinaba, sin querer, los momentos importantes de su vida.
El pibe que arruinaba las fotos, además de ser una historia irónica y diverttida, es la mirada de un niño que descubrió en la escritura el único sitio donde "todavía es posible creer en un pasado mejor".


5 chicocomun para esta excelente novela!
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domingo, 4 de octubre de 2009

CUANDO ERA GRANDE


Caminando, me di la vuelta y me encontré con un niño. Un niño con una gran sonrisa. Con las manos llenas de tierra, porque no temía jugar con ella. Con la ropa un poco sucia, porque no temía manchársela jugando, disfrutaba de cada instante sin prejuicios y sin temores. Sin miedo de ensuciarse, de mojarse o de embarrarse. Me contaba que creía en toda clase de cosas mágicas. Y que todo lo que soñaba el lo podía hacer realidad. Le pregunte: ¿Y como es  posible eso?, a lo cual con una mirada brillante me respondió: Haciéndolo. Solo haciéndolo.
Desde aquel día y esa corta conversación, solo pude pensar en ciertas cosas. Aquel niño, no temía ensuciarse, si era para jugar, reír y divertirse; no temía ensuciar sus manos para crear y volar con su imaginación. Podía convertir tierra, en oro, agua, en manantiales, nada era demasiado, y lo poco, era suficiente.
Vuelvo a darme la vuelta, y miro frente al mismo espejo. Aquel niño ya no se encuentra, y muchas de las ilusiones que con el llevaba,  han desaparecido.

Ambiciones, frustraciones, corazones endurecidos. Imágenes que se nos pegan, y nos hacen notar que hemos crecido.
Quiero volver a meter mis manos en el barro, sin pensar en las consecuencias, mas allá de ser feliz haciéndolo. De decir “te quiero” sin dudarlo, y volver a darlo todo, por aquellos que más me aman. Jugando e imaginando, y volver a pensar que todo es posible, que solo tengo que HACERLO.  Y que el ser GRANDE, no tiene nada que ver con ser realista, los sueños se pueden realizar, pero el primer paso siempre será el SOÑARLOS.
Sin sueños, sin ilusiones, no hay proyectos que hacer realidad. Y el alma comienza a envejecer, y ese niño deja de creer.
. Quiero mirarme y saber que sigo siendo el mismo, Jugando, soñando, creando, y no dejar de esperar las cosas más imposibles. Siempre recordando, aquel secreto que tuve cuando era un niño.