jueves, 3 de diciembre de 2009

6ta Parte

Por primera vez en mi vida, había decidido hacer un cambio radical y por los motivos más correctos: yo misma. Se acababan los alfajores en la cama, los crucigramas en la reposera, los remerones y los bombachudos. Si en algún futuro cercano o no, pensaba encontrar al amor de mi vida, tenia que merecerlo. “Aparenta lo que eres y sé lo que aparentas, así nunca perderás tu camino”, era la frase en una película mala que pasaban una madrugada en uno de esos canales perdidos por ahí. Agarré una lapicera que tenía en la mesita de luz y lo anoté en lo primero que encontré. Esa frase fue para mí, como una especie de revelación. El eslogan para la nueva vida que comenzaba a vivir.


Esto no era como a los 15 años cuando me calzaba los tacos altos, me pintarrajeaba toda y me arreglaba para poder pasar al boliche. Tenia que ser real, sin documentos falsos, sin apariencias engañosas, tenía que ser cien por ciento genuino, y debía comenzar por lo más importante: Mi boca. Pero no hablo del rouge o del color que la pinte, me refiero a lo que sale de ella. Ya me había ocupado de lo que entraba y ahora me veía obligada a comenzar a ampliar el vocabulario con el que me expresaba. La Marta no era más la tía bruta que dice bunueloh, reguelto, redetido, tayaríne,



“Me dijo lamoni quel julio le dijo que lakaren taba celosa del.”
Chistosa o no, frases como estas son muy comunes en el barrio en donde crecí, y difícil es el escapar a las costumbres del habla local. Muchos años como esos, pero ahora

debía hablar con toda propiedad, como toda dama con clase. Utilizar un lenguaje constructivo, libre de vulgaridades. Ya no era más El Julio, o el Carlos. Adjetivos como la negri, la flaca, la peti debían desaparecer. Ahora eran Carla, Sabrina y Natalia. No mas pancito mojado en el tuco, ni en el té ni en ninguna otra cosa que se te ocurra. Por más tentador que sea el momento de servirme un abundante plato de sopa y comenzar a desmenuzar suavemente un mignoncito y sumergir uno a uno cada trocito hasta llenar el plato hasta el tope, hay ciertas pasiones que deben ser contenidas.

Todos tenemos costumbres, hábitos, buenos y malos, agradables y desagradables. Están los que no dicen nada y pegan sus moquitos en los azulejos del baño, y están los que no pueden evitar limpiarse las manos en el mantel. Los que no pueden dejar de mentir, y los que no pueden dejar de decir la verdad. Los que escriben compulsivamente su nombre en todos lados, y los que no pueden dejar de mirarse en el espejo cada vez que pasan por el. Importantes y no tanto, los hábitos dejan en claro al público que clase de persona somos. Todos miramos el papel higiénico después de limpiarnos, a todos nos ha salpicado el agua del inodoro alguna vez al caer, pero son cosas que no se hablan. Que nos hacen reír en privado, y esas cosas también forman parte de nosotros, del día a día, aunque sean nuestras, solo nuestras y nunca pasen al oído de alguien más (a no ser en charlas borracha en alguna fiesta bizarra). Una vez escuche que la felicidad verdadera se diferencia porque dura para siempre. Y si yo quería que mi felicidad y mi próximo marido me duraran para siempre, debería aprender a reconocer como lograrla. Tenía un plan y era perfecto. Y no tardaría en ponerlo en marcha…

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